viernes, 25 de enero de 2013

UNAS REFLEXIONES PARA EMPEZAR…


¿Qué significa ser músico? ¿Y ser profesor?
(O cualquier otra cosa…)


Al inicio de las clases de investigación, se nos plantearon algunas incógnitas, por ejemplo, “¿Qué conocimientos sirven de base para el oficio del profesor?” o también “En la formación del profesorado, sea en la universidad o en otras instituciones ¿cómo pueden tenerse en cuenta e integrarse los saberes de los maestros de profesión en la formación de sus futuros colegas?”
Y estas preguntas nos llevan a pensar… ¿Qué significa ser músico? ¿Qué significa ser filólogo? ¿Qué significa ser profesor? ¿Qué semejanzas y diferencias existen entre unas y otras?



En mi opinión, el punto en común entre ser músico, ser filólogo y ser profesor es que las tres se consideran profesiones (profesión, en la RAE http://lema.rae.es/drae/?val=profesion ), y además las tres requieren grandes dosis de vocación, de pasión, de entusiasmo. Todas implican AMAR, según el caso, la música, la lengua o la enseñanza.
Un músico no es nada sin talento, sin constancia, pero lo fundamental es la vocación, el amor a la música, a cada nota y acorde. Melodía y ritmo deben fluir por sus venas del mismo modo que lo hace la sangre. La música es su elixir de vida.
Del mismo modo ocurre con el filólogo. Ser filólogo es amar las palabras, las frases sencillas y las enrevesadas, amar la lengua, en general y la tuya propia por encima del resto, respetando siempre eso sí, a todas las lenguas. Ser filólogo es pensar que talasoterapia es un compuesto de étimos griegos, y no una terapia estupenda del spa (que también…).
Y llegamos a ser profesor… ser profesor requiere vocación, pasión por enseñar (a veces incluso a alumnos que no quieren ser enseñados) y muchas ganas de formar personas, de colaborar en su crecimiento personal e intelectual.
Sin embargo, existen también diferencias entre ellos. El músico y el filólogo necesitan saber mucho de su especialidad, música y lengua, respectivamente. El profesor necesita unos conocimientos sobre la materia que vaya a impartir, pero también conocimientos y técnicas sobre cómo enseñar, sobre la propia didáctica y la docencia. Y cada vez más, estos saberes sobre cómo impartir clases provienen de algo externo al conocimiento teórico… estamos pues ante la investigación educativa.


Y… ¿qué es investigar?

La RAE, de nuevo, nos da su definición, (segunda acepción):

Realizar actividades intelectuales y experimentales de modo sistemático con el propósito de aumentar los conocimientos sobre una determinada materia.”


Según Mialaret (1992), Investigar es:

“Búsqueda de soluciones para cualquier situación problemática de la vida, inherente a la actividad humana y a través de la cual es evidente que aprendemos”.
Y también: “Actividad sistemática que recurre a metodologías establecidas para elaborar conocimiento sistemático, comunicable y revisable.”


Se trata, pues de un saber hacer, un saber buscar las claves que nos permitan conocer más a fondo la profesión y la práctica docente, para poder, a posteriori, mejorarla.
Por ello, podemos concluir diciendo que…
1.      La preparación teórica no prepara para la práctica. No basta con saber lengua y literatura, o música, o matemáticas… hay que saber enseñarlas.
2.      La formación inicial no puede resolver todos los problemas que se presentarán en la práctica profesional de un docente. Se necesita la práctica.
3.      Además, el desarrollo profesional es único para cada profesor (centros diferentes, alumnos y compañeros diferentes…)

Y siguiendo con la línea musical que da forma a este blog, finalizo el post con una pieza que transmite esa pasión que le es necesaria tanto al músico como al profesor. Y cómo no… al filólogo. Se trata del Estudio Opus 10 Número 12 de Friederic Chopin, popularmente conocido como “El Revolucionario”.  Pura vocación, pura pasión.





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