¿Qué significa ser músico? ¿Y ser profesor?
(O cualquier otra cosa…)
Al inicio de las clases de
investigación, se nos plantearon algunas incógnitas, por ejemplo, “¿Qué
conocimientos sirven de base para el oficio del profesor?” o también “En la
formación del profesorado, sea en la universidad o en otras instituciones ¿cómo
pueden tenerse en cuenta e integrarse los saberes de los maestros de profesión
en la formación de sus futuros colegas?”
Y estas preguntas nos llevan a pensar…
¿Qué significa ser músico? ¿Qué significa ser filólogo? ¿Qué significa ser
profesor? ¿Qué semejanzas y diferencias existen entre unas y otras?
En mi opinión, el punto en
común entre ser músico, ser filólogo y ser profesor es que las tres se consideran
profesiones (profesión, en la RAE http://lema.rae.es/drae/?val=profesion
), y además las tres requieren grandes dosis de vocación, de pasión, de
entusiasmo. Todas implican AMAR, según el caso, la música, la lengua o la
enseñanza.
Un músico no
es nada sin talento, sin constancia, pero lo fundamental es la vocación, el
amor a la música, a cada nota y acorde. Melodía y ritmo deben fluir por sus
venas del mismo modo que lo hace la sangre. La música es su elixir de vida.
Del mismo
modo ocurre con el filólogo. Ser filólogo es amar las palabras, las frases
sencillas y las enrevesadas, amar la lengua, en general y la tuya propia por
encima del resto, respetando siempre eso sí, a todas las lenguas. Ser filólogo
es pensar que talasoterapia es un
compuesto de étimos griegos, y no una terapia estupenda del spa (que también…).
Y llegamos a ser profesor…
ser profesor requiere vocación, pasión por enseñar (a veces incluso a alumnos
que no quieren ser enseñados) y muchas ganas de formar personas, de colaborar
en su crecimiento personal e intelectual.
Sin embargo,
existen también diferencias entre ellos. El músico y el filólogo necesitan
saber mucho de su especialidad, música y lengua, respectivamente. El profesor
necesita unos conocimientos sobre la materia que vaya a impartir, pero también
conocimientos y técnicas sobre cómo enseñar, sobre la propia didáctica y la
docencia. Y cada vez más, estos saberes sobre cómo impartir clases provienen de
algo externo al conocimiento teórico… estamos pues ante la investigación
educativa.
Y… ¿qué es
investigar?
La RAE, de
nuevo, nos da su definición, (segunda acepción):
“Realizar
actividades intelectuales y experimentales de modo sistemático con el propósito
de aumentar los conocimientos sobre una determinada materia.”
Según
Mialaret (1992), Investigar es:
“Búsqueda de soluciones para cualquier
situación problemática de la vida, inherente a la actividad humana y a través
de la cual es evidente que aprendemos”.
Y también: “Actividad sistemática que recurre a
metodologías establecidas para elaborar conocimiento sistemático, comunicable y
revisable.”
Se trata,
pues de un saber hacer, un saber buscar
las claves que nos permitan conocer más a fondo la profesión y la práctica
docente, para poder, a posteriori, mejorarla.
Por ello,
podemos concluir diciendo que…
1. La
preparación teórica no prepara para la práctica. No basta con saber lengua y
literatura, o música, o matemáticas… hay que saber enseñarlas.
2. La formación
inicial no puede resolver todos los problemas que se presentarán en la práctica
profesional de un docente. Se necesita la práctica.
3. Además, el
desarrollo profesional es único para cada profesor (centros diferentes, alumnos
y compañeros diferentes…)
Y siguiendo con la línea musical que
da forma a este blog, finalizo el post con una pieza que transmite esa pasión
que le es necesaria tanto al músico como al profesor. Y cómo no… al filólogo.
Se trata del Estudio Opus 10 Número 12 de Friederic Chopin, popularmente
conocido como “El Revolucionario”. Pura
vocación, pura pasión.
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